Poema de Pintura

En silencio me despojo de la ropa de calle, ropa que aprieta al caminar.
En silencio y en liturgia mi piel se suaviza dentro de los vaqueros desgastados.
Desgastados por el uso de la pintura entre las piernas.
Esa pintura que me ha visto llorar y blasfemar.
Esa pintura que ya no se quita con los lavados.
Esas camisetas viejas con las que me siento nueva y dispuesta a mancharme otra vez.
Como una geisha, abro el maletín en ceremonia,
deslumbrada por el fulgor de los colores que brillan a la vez,
dilatada por las ideas que se agolpan en el blanco de la tela,
queriendo salir de golpe para mezclarse en la paleta, con mis deseos.
Rozo con las yemas de los dedos los tapones resecos de pintura,
eligiendo con la mirada el imaginario de la gama.
Uno por uno abro los tubos retorcidos sobre el blanco deslizante en el que asir mi mano derecha.
Y alzo el pincel en el primer trazo, firme y excitado, como si fuera el último.
Y de repente el ruido se convierte en silencio de cuerdas mudas y sordas.
Y de repente el espacio se reduce a la tela grapada al bastidor.
Mis pies anclados frente al caballete danzan sin moverse.
Mi mano zurda y enajenada adquiere un ritmo frenético, demasiado ocupada en tejer su propia imagen.
Y nada importa.
Y todo adquiere sentido.
Significado.

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