Segundas oportunidades [...]

Nos acordamos de las segundas oportunidades cuando queremos ser benefactores de ellas. Es cuando recordamos las puertas que nosotros cerramos a otras personas, los indultos que no fuimos capaces de pronunciar, las razones que malinterpretamos. El ser humano es egoísta por definición, y sólo cuando nos atañe en primera persona, creemos que lo sabemos comprender. La empatía no es pensar desde nuestro prisma reducido, sino imaginar la vida del otro, cómo siente y porqué hace o dice lo que percibimos (erróneamente, en muchas ocasiones). A mí ni siquiera me dio tiempo a conocer a esa persona que no supe escuchar. El arrepentimiento es una palabra que no me gusta por sus connotaciones religiosas que van asociadas a la culpa y a los remordimientos; prefiero usar el término “lamentar” lo ocurrido, con intención de “rectificar”, si eso fuera posible; y desgraciadamente no lo es, al menos de forma inmediata, porque no se puede rebobinar al pasado, no se puede expresar con otras palabras lo que quedó ya mal escrito. Tan sólo resta acarrear con las consecuencias, aceptar aquello que no supiste hacer de otra manera, y albergar la esperanza de que la otra persona sane antes que tú por el daño que “tú”, que “yo”, ocasioné. Ni siquiera hablaba en primera persona, en la creencia de que algún lector se identifique con mis errores. Pero esta cagada es sólo mía, aunque la comparta con el ciber-espacio, de igual modo que expongo mis pinturas más íntimas a los ojos de quien quiera mirarlas y reflejarse en ellas. Somos seres sociales, sociables, en mayor o menor medida, y necesitamos de los otros; necesitamos amor, cariño, comprensión; necesitamos sacudirnos la soledad del ser unilateral que llevamos dentro. Ojala hubiera tenido un libro de instrucciones más comprensible en mi infancia, pero sé que mis progenitores lo hicieron lo mejor que supieron, como yo lo hago a lo largo de mi vida. He intentado desenredar el equívoco, pero el nudo estaba al parecer demasiado confuso, obnubilado por mi egocentrismo. Y cuando dejo de mirarme el ombligo, cuando me quito las trenzas de la cara, advierto el frío del aire, oigo el silbido de la soledad, siento las hojas secas de otoño, amarillas, oxidadas... Me paso la lengua por los labios resecos que nunca se hidratan. Ya no intento secar el brote de las lágrimas. Ya no intento sonarme la nariz. Miro alrededor con los ojos lavados, extiendo las palmas de las manos palpando la roca oscura y húmeda... y si alargo los dedos más allá, quizá perciba un poco de musgo orgánico. Me quedaré sentada en la orilla, hasta septiembre, con los pies descalzos, y cuando el sol ya no queme tanto, el agua fresca quizá vuelva a brotar entre mis dedos. Haré un cuenco con las manos y beberé la sed demorada. Llenaré la cantimplora para que el barbecho no vuelva a sorprenderme. Y la vaciaré en la boca de aquél con quién me equivoqué hasta la última gota de mi pena.

2 comentarios:

  1. Joder!!! Cómo me gusta leerte!!!
    Mientras leía esto sentía el bombo de una batería sonando a cada frase.
    Asier de Bilbo.

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  2. así es,yo también tengo tanto que "rectificar" "lamentar" que no podría hacerlo aunque viviese dos vidas y aunque esta "cagada" sea solo tuya me identifico en ella,las personas nos parecemos en casi todo.Lo que nos diferencia a unos de otros es la "brillantez" con la que vivimos,muchos carecemos de ella,en cambio tu dejas huella con tu actitud...(hecho tanto a faltar desayunarme con "una ducha y un cafe"...)Salu2

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