¿Todavía pintas?

Ser artista es un sentimiento: si lo sientes, lo eres. Cuando te metes en la rueda creativa estás atrapada como un hámster girando en su ruleta.

Hay gente consciente de lo que haces que aún pregunta al verte: “¿Todavía sigues pintando?”, como si fuera un capricho. O peor aún, gente desconocida que, al enterarse, exclama: “¡Ah, pintas, qué bien!, ¿me haces un cuadro?”, como si fuéramos una O.N.G.

Hay personas que piden favores, que les des ideas, que les ilustres sus escritos, como si los artistas no tuviéramos derecho a ser remunerados, como si fuera un extra, un plus o un golpe de suerte cobrar por nuestro oficio.

Te saludarán al pasar, te sonreirán conmiserativamente y volverán a virar la cabeza al centro, como si su camino estuviera marcado por otros.

Nadie duda en pagar a un fontanero o cerrajero sólo por el desplazamiento. En una obra de arte, hay tiempo trabajado y materiales invertidos, además de una creación inédita. Un cuadro es único, no es una reproducción en serie. Puede fotocopiarse a modo de póster, pero ya no será una pintura, despojado de su plasticidad, de la rugosidad del pigmento, del olor a trementina, de la textura de la tela.

Y sin embargo, el arte no perece. Nos verás sobre lienzo, sobre aceras, sobre muros de hormigón... sobre la vida... para que la nuestra propia adquiera color.

No colgaré la bata de pintora, no dejaré que se seque la paleta ni que se endurezcan los pinceles. Cuidaré de que el caballete siempre tenga algo que sujetar. Mientras las pupilas sigan dilatándose, las manos reclamarán plasmarlo.

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